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SIGNIS ALC

26 abril 2010

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Romero: testigo de esperanza

Romero: testigo de esperanza

Era un domingo 23 de marzo de 1980, sintonicé Radio Noticias del Continente (Costa Rica), estaba retransmitiéndose la homilía de Mons. Oscar Arnulfo Romero Gámez, arzobispo de El Salvador. El se refería a los muchos hechos de que había sido víctima la Iglesia que acompañaba al pueblo de los pobres. Y por su opción, su emisora YSAX, había sufrido un atentado como él mismo decía refiriéndose a su radio:

 

“Queremos saludar a los oyentes de YSAX que por tanto tiempo han esperado este momento y que, gracias a Dios ha llegado…No ignoramos el riesgo que corre nuestra pobre emisora por ser instrumento y vehículo de la verdad y de la justicia, pero sabemos que el riesgo hay que correrlo porque detrás del riesgo hay todo un pueblo que apoya esta palabra de verdad y de justicia… Radio noticias del Continente, que está, desde el teléfono y desde nuestra emisora, llevando, como todos los domingos pasados nuestra voz a América Latina…”

 

Como joven sacerdote era una voz profética la que escuchaba. Denunciaba una serie de hechos en contra de los pobres, como la represión a los campesinos en Chalatenango: “¿dónde están las fuentes de ese pecado social? En el corazón de cada hombre. La sociedad actual es como una especie de sociedad anónima en que nadie se quiere echar la culpa y todos somos responsables. Todos son responsables del negocio pero es anónimo. Todos somos pecadores y todos hemos puesto nuestro granito de arena en esta mole de crímenes y de violencia en nuestra Patria. Por eso, la salvación comienza desde el hombre, desde la dignidad del hombre, de arrancar del pecado a cada hombre. Y en la Cuaresma, este es el llamamiento de Dios: ¡Convertíos! individualmente.”

 

Cada palabra que pronunciaba nos descubría que el Dios en quien creemos es un Dios de la vida y que nos salva dentro de una historia concreta. Y que como discípulo de Jesús sabía el riesgo que corría en defensa de su pueblo.

 

Me impactó mucho su convicción, cuando dijo: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR…Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios…Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla…Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado…La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre…En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¿Cese la represión…!

 

La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado en la Sagrada Biblia , una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”.

 

Estaba entusiasmado y me dije éste hombre terminará muerto como Jesús, por ser testigo de la verdad y de la vida. En efecto al día siguiente escuché la noticia de su asesinato. Pocos días después, antes de partir para mis estudios fuera del país, predicaba en la pequeña capilla de la Parroquia San José Obrero. Su testimonio y su vida, habían calado en mi seguimiento a Jesús y son motivo de esperanza para todo el pueblo cristiano. Que su sangre sea fuente de vida y un renacer para la Iglesia en América Latina, discípula y misionera en su martirio.

 

Fuente: Obispado de Chimbote