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Los rostros de la esperanza

Así como «la fe sin obras está muerta», la Esperanza es concreta, es de todos los días porque es un encuentro con los más pobres, con la comunidad. Es memoria, utopía, acción. Es creíble, testificada por la vida coherente, por la praxis eficaz, por la aunque lenta, a nuestro parecer, transformación como proceso.

Globalizar la esperanza, mundializarla, será ir haciendo que todos/as, sobre todo los excluidos, los «ninguneados»…, aquellos que más tienen por esperar, puedan esperar «razonablemente», sin sarcasmos por delante. (Pedro Casaldáliga)

La declaratoria de emergencia por la pandemia del Covid 19, que azota al planeta, cada día nos plantea un escenario nuevo, cada vez más complejo e incierto. Son muchas incertidumbres que nos invaden y que pueden llegar casi a desbordarnos: el miedo, la enfermedad física y/o mental, la crisis económica y social, la corrupción e impunidad, el desempleo estructural, la sobreexplotación de la naturaleza, la decadencia política, etc. Atravesamos un período histórico aterrador, en el que todo parecería oscuro, como si no hubiese futuro ni salida ante un torbellino de dificultades que nos envuelven día a día.

Sin embargo, al encontrarnos casi al límite de la existencia, tras la tormenta de angustias, vuelve a renacer siempre, como suave brisa, ‘algo’ que nos levanta y nos mantiene en pie; ‘algo’ que brota de lo más íntimo del corazón y que al pronunciarlo dibuja una sonrisa amplia. Como si nos volviera invencibles, como el mismo oxígeno que nos revitaliza, vuelve a aparecer ‘algo’ llamado ‘Esperanza’, con mayúscula, no solo por tratarse de una virtud divina, sino porque es presencia real del Espíritu en tantos hombres y mujeres que transitan por la historia dejando huellas indelebles de amor y coherencia.

Esperanza que se distingue al cruzar la mirada con el médico o la enfermera que, tras su visor y mascarilla, hacen de su profesión símbolo de auténtica vocación de servicio sin afán de lucro; en los maestros que, a pesar de las dificultades tecnológicas y los atrasos en el pago de sus sueldos, encuentran medios para continuar con su labor educativa; en los chicos humildes y sencillos que hacen grandes esfuerzos para educarse y superarse. La descubrimos también en talleres de mujeres que elaboran trajes y mascarillas para quienes carecen de la posibilidad de adquirirlos.

Algunos la muestran cultivando la tierra, otros preparando alimentos para los más necesitados, gestionando donaciones y compartiendo lo mucho o lo poco que tienen. La descubrimos en pequeños gestos tangibles de vecinos que nos enseñan que todos somos hermanos; sintiendo el dolor, el abandono, el hambre, el frío, la soledad del otro: del pobre, del mendigo, del drogadicto, del migrante, del desempleado, tratando de solventar en algo la situación de al menos uno de ellos.

En América Latina florecen semillas de esperanza, surgidas de la vida misma de San Oscar Romero, Leonidas Proaño, Gonzalo López, Alejandro Labaka, Hna. Inés Arango, entre otros, que sembraron con su testimonio, valores humanos y cristianos que nos falta practicar. Ellos nos recuerdan que debemos vivir la esperanza con hechos, siendo auténticos, honestos, éticos…

Cuando todo parezca sombrío, revivamos nuestra esperanza en el encuentro con Aquél que es camino, verdad y vida y que, al final, solo nos preguntará cuánto hemos amado. La esperanza es inseparable del amor solidario. Abracemos a la esperanza como Dom Pedro Casaldáliga, «con los pies descalzos y el corazón lleno de nombres». Y es que la esperanza, nunca se cansa.

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Carta de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz

Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe