Ciudad del Vaticano.- «No podemos permanecer con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes», dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa con motivo de la Jornada Mundial del Migrante, que se celebra el último domingo de septiembre. El Pontífice lamentó que el mundo actual es cada día más cruel con los excluidos. «No podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar», aseguró.
Para el Obispo de Roma, «Los países en vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos generan». Fueron rotundas las palabras del Papa Francisco en la homilía en Misa celebrada en la Plaza de San Pedro con motivo de la 105ª Jornada Mundial de Migrantes y Refugiados, en la que lamentó la triste realidad: quienes padecen las consecuencias de estos hechos «son siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las ‘migajas’ del banquete'».
Dios pide una atención especial por los más desfavorecidos
Con el Salmo 145 el Santo Padre comenzó a desarrollar su homilía:
En el Salmo Responsorial se nos recuerda que el Señor sostiene a los forasteros, así como a las viudas y a los huérfanos del pueblo. El salmista menciona de forma explícita aquellas categorías que son especialmente vulnerables, a menudo olvidadas y expuestas a abusos. Los forasteros, las viudas y los huérfanos son los que carecen de derechos, los excluidos, los marginados, por quienes el Señor muestra una particular solicitud. Por esta razón, Dios les pide a los israelitas que les presten una especial atención.
Caridad con los habitantes de las periferias existenciales
El Papa señaló que la «preocupación amorosa por los menos favorecidos», se presenta como un rasgo distintivo del Dios de Israel. Un rasgo que también se le requiere, como deber moral, a todos los que quieran pertenecer a su pueblo. Es ese el motivo por el cual «debemos prestar especial atención a los forasteros, como también a las viudas, a los huérfanos y a todos los que son descartados en nuestros días».
En el Mensaje para esta 105 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el lema se repite como un estribillo: «No se trata sólo de migrantes». Y es verdad: no se trata sólo de forasteros, se trata de todos los habitantes de las periferias existenciales que, junto con los migrantes y los refugiados, son víctimas de la cultura del descarte. El Señor nos pide que pongamos en práctica la caridad hacia ellos; nos pide que restauremos su humanidad, a la vez que la nuestra, sin excluir a nadie, sin dejar a nadie afuera.
Reflexionar sobre las injusticias que generan exclusión
Pero el Santo Padre recordó que el Señor nos pide también – junto con el ejercicio de la caridad – reflexionar sobre las injusticias que generan exclusión, en particular, «sobre los privilegios de unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran»:
El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. Es una verdad que provoca dolor, este mundo es cada día más elitista, más cruel con los excluidos. Los países en vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos generan. Quienes padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las «migajas» del banquete.
Demasiado preocupados en asegurarnos una buena vida…
Con las advertencias del profeta Amós en el Antiguo testamento (cfr 6,1.4-7) el Papa Francisco volvió sobre el tema de la «cultura del bienestar», que «nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia»:
Al final, también nosotros corremos el riesgo de convertirnos en ese hombre rico del que nos habla el Evangelio, que no se preocupa por el pobre Lázaro «cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico» (Lc 16,20-21). Demasiado ocupado en comprarse vestidos elegantes y organizar banquetes espléndidos, el rico de la parábola no advierte el sufrimiento de Lázaro. Y también nosotros, demasiado concentrados en preservar nuestro bienestar, corremos el riesgo de no ver al hermano y a la hermana en dificultad.
No debemos permanecer indiferentes
Por ese motivo, el Santo Padre insistió en que como cristianos «no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quienes no pertenecen a ‘nuestro’ grupo»:
No podemos permanecer insensibles, con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes. No podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar. Pidamos al Señor la gracia de llorar, aquel llanto que convierte el corazón ante estos pecados.
Los cristianos no podemos «separar» los mandamientos
Por otra parte Francisco subrayó que «amar al prójimo como a uno mismo significa también comprometerse seriamente en la construcción de un mundo más justo». Significa «sentir compasión por el sufrimiento de los hermanos y las hermanas», significa «acercarse, tocar sus llagas, compartir sus historias». Y significa, además, «hacerse prójimo de todos los viandantes apaleados y abandonados en los caminos del mundo, para aliviar sus heridas y llevarlos al lugar de acogida más cercano, donde se les pueda atender en sus necesidades».
Fuente: Vatican News