José Antonio Varela Vidal*
Con una referencia a la antigüedad del ministerio del catequista en la Iglesia, que se remonta a los escritos de san Pablo a los corintios, el papa Francisco ha querido enseñar y determinar mediante el Motu proprio “Antiquum ministerium”, publicado en mayo último, que aquellos que tienen las tareas de animar a las comunidades y formarlos para los sacramentos y su compromiso progresivo en la comunidad cristiana, deben ser confirmados en dicho carisma como tales.
Junto a la mencionada referencia, que se encuentra en 1 Co. 12,28-31, el santo padre destaca también lo dicho por san Lucas a su discípulo Teófilo al empezar su evangelio. En dicho pasaje (Lc. 1, 3-4), el papa encuentra que el evangelista es muy consciente de que con sus escritos “está proporcionando una forma específica de enseñanza, que permite dar solidez y fuerza a cuantos ya han recibido el Bautismo”. Y lo reitera al citar nuevamente a Pablo, que en la Carta a los Gálatas vuelve a referirse al tema de modo más directo: «El que recibe instrucción en la Palabra, comparta todos los bienes con su catequista» (6,6). El texto, constata Francisco, “añade una peculiaridad fundamental: la comunión de vida como una característica de la fecundidad de la verdadera catequesis recibida”.
Un antiguo servicio
Es por eso que, antes de dar instrucciones sobre la elevación del catequista al rango de ministro (no ordenado), quiere evitar que se crea que esta concesión es un derecho o una compensación. Por el contrario, hace hincapié en que, esta forma de ministerialidad se ha concretado “en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia”.
Ante tal realidad, cita también el escrito del “Apóstol de los Gentiles” a los corintios, en el que les recuerda que “existen diversos carismas, pero el Espíritu es el mismo. Existen diversos servicios, pero el Señor es el mismo”. La cita, que puede encontrarse completa en 1 Co. 12,4-11, se refuerza con la enseñanza paulina, que aún hoy mantiene a la Iglesia en movimiento creativo: “A cada uno, Dios le concede la manifestación del Espíritu en beneficio de todos (…) Esto lo realiza el mismo y único Espíritu, quien distribuye a cada uno sus dones como él quiere”.
El documento afirma, por ello: “Dentro de la gran tradición carismática del Nuevo Testamento, es posible reconocer la presencia activa de bautizados que ejercieron el ministerio de transmitir (..) la enseñanza de los apóstoles y los evangelistas”.
Frente a dicha certeza, se comprende el por qué la Iglesia “ha querido reconocer este servicio como una expresión concreta del carisma personal, que ha favorecido grandemente el ejercicio de su misión evangelizadora”. Esto es algo que, dos milenios después, confirma que el trabajo de los catequistas ha sido eficaz, lo que ha logrado que la enseñanza catequética y la fe por esta recibida, “fuese un apoyo válido para la existencia personal de cada ser humano”.
Un ministerio laical
En esto, el amplio trabajo de laicos y laicas que han participado directamente en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística –incluso con la entrega cruenta de sus vidas-, “desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe”, cuyas historias constituyen “una fuente fecunda no solo para la catequesis, sino para toda la historia de la espiritualidad cristiana”.
Sumado a la mención del Concilio Ecuménico Vaticano II, que percibió la importancia del compromiso del laicado en la obra de la evangelización, el papa se refiere al constante interés de los sumos pontífices, del Sínodo de los Obispos y de las conferencias episcopales, para conseguir una “notable renovación de la catequesis”. También resalta “el valor central de la obra catequística”, que está contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica, en la exhortación apostólica Catechesi tradendae, en el Directorio Catequístico General, así como tantos catecismos nacionales, regionales y diocesanos, cuya selección “pone en primer plano la instrucción y la formación permanente de los creyentes”.
Francisco ha querido reconocer que, juntos a los pastores de la Iglesia, hay una fuerte presencia de laicos y laicas que, “en virtud del propio bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis”, siendo este compromiso en nuestros días “aún más urgente debido a la renovada conciencia de la evangelización en el mundo contemporáneo y a la imposición de una cultura globalizada”.
Por ello invita a “despertar el entusiasmo personal de cada bautizado y reavivar la conciencia de estar llamado a realizar la propia misión en la comunidad”, escuchando la voz del Espíritu Santo, “que llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, la bondad y la verdad de la fe cristiana”.
Incorporados a la misión
Ante esta dinámica de recambio y de permanencia también de los catequistas en la comunidad cristiana, invita a los pastores a otorgar un “reconocimiento de ministerios laicales capaces de contribuir a la transformación de la sociedad mediante «la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico»” (Evangelii gaudium, 102).
Haciéndose eco del Vaticano II, que en la Lumen gentium 33, declaró que los laicos también “pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía”, el sumo pontífice destaca que el catequista “es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia”.
Esta identidad fue perfilada por el papa san Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi cuando la reconoció como un ministerio “precioso para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia”.
El papa Francisco deduce así “que recibir un ministerio laical como el de Catequista da mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado (…) (como) un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales identificadas por el Ordinario del lugar, pero realizado de manera laical como lo exige la naturaleza misma del ministerio”.
Por ello, prosigue el documento, es conveniente que al ministerio instituido de Catequista “sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna”. Unido a esto, pide “que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis (..) dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico”.
Al haber instituido el ministerio laical de Catequista –con vigencia firme y estable-, el santo padre ha encargado a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que publique en breve el respectivo “Rito de Institución” del nuevo ministerio.
Finaliza el documento con una invitación de Francisco para que las conferencias episcopales, los sínodos y las asambleas de las Iglesias Orientales “hagan efectivo” el ministerio de Catequista, y le brinden la formación necesaria.
A esto debe sumarse “una explicación clara, acerca de los criterios normativos para acceder a él”. Esto evitará que el catequista se eche para atrás, en medio del largo camino…
*Periodista peruano, colaborador de SIGNIS ALC