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SIGNIS ALC

01 octubre 2009

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Dom Hélder obispo profeta

Dom Hélder obispo profeta

En los años 70s, después de Pelé, el brasileño más famoso en el mundo fue el Arzobispo de Recife, Dom Hélder Cámara. De Pelé sabemos muy bien a qué se debió su fama. Pero, ¿de Dom Hélder?

 

Para la dictadura militar que gobernó de 1964 a 1984 a Brasil, Dom Hélder no fue más que un obispo «rojo» (comunista) al que se debía censurar y vigilar. Para los pobres de Recife fue «el obispo de la cruz de madera» para los vecinos de su humilde vivienda «nuestro Dom», para el Papa Juan Pablo II fue el «hermano de los pobres», para quienes acompañaron su funeral en 1999 fue «el obispo del amor’.

 

Este año, al celebrarse el centenario de su nacimiento, muchas memorias y homenajes se han hecho, sobre todo en Brasil. Desde Colombia queremos recordarlo como un obispo profeta que orienté y animé la fe de una generación de jóvenes que en los revolucionarios años 70s queríamos vivir con radical generosidad el Evangelio de Jesús de Nazaret.

 

Del Nordeste para el mundo… un obispo
El Nordeste corresponde a esa parte de la geografía del Brasil que «apunta» hacia África. Es una región un poco más extensa que Colombia con algo más de 50 millones de habitantes. Hasta hace poco imperé allí de manera incuestionable la sociedad del ingenio de azúcar que produjo enorme desigualdad entre hacendados dueños de los ingenios y peones descendientes de esclavos negros. Consecuencia de ello el hambre, la pobreza, las enfermedades, el analfabetismo, la migración, el bandidísimo, el fanatismo religioso, el alcoholismo y muchos males más que con toda razón Dom Hélder condenará como «pecado estructural»,

 

Aquí nació Hélder Cámara en una escuela primaria regentada por su mamá en 1909. Fue el décimo primero de una familia de trece hijos, Con apenas 22 años es ordenado sacerdote de la nordestina diócesis de Fortaleza. Llegó a Río de Janeiro en 1936 y se puso bajo la orientación del Cardenal Leme y del director de la Acción Católica de Brasil, el laico Alceu Amoroso Lima, Al finalizar los años 40s ya era asistente general de la Acción Católica donde impulsé su transformación de acuerdo a los «medios de vida» de sus participantes, así por ejemplo, si el medio era la juventud obrera, se ‘especializaría» como juventud Obrera Católica JOC, y así lo correspondiente con otros «medios». Durante todo el tiempo como asistente general de- mostró una enorme confianza en los laicos, en su mayoría jóvenes. Escribió cartas, memorandos, textos defendiéndolos y animándolos, sobre todo cuando a partir de 1960 la juventud Universitaria Católica recibía toda clase de críticas y amenazas por su compromiso socio-político a favor de la transformación social.

 

En 1950, en Roma, durante el Congreso Internacional de la Acción Católica, tuvo el primer contacto con Mons. Montini, futuro Papa Paulo VI, con quien articula las primeras conversaciones sobre lo que será, a partir de 1952, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil CNBB, de la que fue su secretario general hasta 1964. Como obispo auxiliar de Río de Janeiro organiza y dirige el XXXVI Congreso Eucarístico Internacional en 1955, ocasión propicia para impulsar, junto con el obispo chileno Manuel Larraín, la fundación del Consejo Episcopal para América Latina, CELAM. Junto con los obispos nordestinos impulsará en 1956 la creación de la Superintendencia de Desarrollo del Nordeste, SUDENE. En Río de Janeiro, impactado por la precariedad habitacional de los pobladores de las favelas (barrios pobres), organizará la Cruzada de San Sebastián para proveerlos de viviendas dignas y sanas.

 

Entre 1962-1965 participará en el Concilio Vaticano 11. Allí trabajó para la construcción y cualificación de una Iglesia servidora y pobre. Antes de concluir el Concilio participó en el «Pacto de las Catacumbas» por el que un grupo de 40 obispos se comprometió a llevar una vida sencilla y austera al servicio de los pobres. Allí, junto con el obispo Larraín, soñaron un encuentro de obispos americanos que aplica en la región. Fue la después sería la Asamblea General del Episcopado Latinoamericano de Medellín en 1968.

 

Será Arzobispo de Recife —corazón del Nordeste— de 1964 a 1985, durante la dictadura militar. Convertirá el arzobispado en trinchera’ profética desde donde habla al Brasil a América Latina al mundo denunciando las injusticias y arbitrariedades del régimen de la «seguridad nacional».

 

Acogió perseguidos políticos, visitó las cárceles y leant6 a voz contra las torturas y las desapariciones. Anima diariamente al pueblo con programas radiales de oración y meditación, organiza grupas de reflexión bíblica, solidaridad. y acción social, que llamó ‘ «Encuentros de hermanos».

 

Lanza la «Operación Esperanza» para la reforma agraria de las tierras de su Arquidiócesis entre campesinos pobres. Elabora junto con los obispos del Nordeste, lo que será la primera denuncia crítica a la dictadura militar, el documento «He oído el clamor de mi pueblo», de 1973, considerado por los militares como subversivo. Creó el Instituto Teológico de Recife ITER para la elaboración de una teología desde la práctica de las comunidades eclesiales de base y los movimientos populares. La dictadura buscó callar su voz en Brasil pero él se convirtió, en medio de la más grande persecución, en «la voz de los sin voz» por donde quiera que fue invitado: París, Roma, New York, Davos, Tokio, Kioto…

 

Fue cuatro veces candidato al Premio Nobel de la Paz, candidatura a la que se opuso la dictadura militar. No se arriesgaron los militares a tocarlo, dada su inmensa popularidad en Brasil y en el mundo. Sin embargo, en 1969, torturaron y asesinaron a uno de sus más queridos sacerdotes, el padre Henrique Pereira Neto, de 28 años, responsable de la pastoral juvenil en su diócesis.

 

De 1985, año de su jubilación, hasta 1999, año de su muerte, se dedicó a animar ya acompañar a las organizaciones de la sociedad civil y movimientos sociales surgidos de su ministerio episcopal, con las que, a los 83 años, lanza la campaña «Año 2000 sin miseria». Fue la última que impulsó.

 

Profeta Mide 1.60 y pesa 59 kilos, come muy poco y todos los días se levanta a las 3 de la mañana a hacer oración, a preparar conferencias y a escribir cartas. Rechazó el carro último modelo y el servicio de seguridad ofrecido por el gobierno de Brasil. Generalmente usa el auto-stop. Come en restaurantes pobrísimos y conversa de todo con los vecinos de mesa. Su casa tiene dos habitaciones estrechas, una salita de estar de dos por tres. Sobre su mesa de trabajo libros, una foto del Cardenal Suenens, una medalla de San Vicente de Paúl. En los barrios de Recife todo mundo lo conoce. Entra en los ranchos, bebe agua contaminada y escucha los problemas de todos.

 

Este pequeño hombre de Dios se agigantaba frente a los micrófonos y las cámaras, hablaba sobre todo con las manos, con brazos, con todo su cuerpo, siempre de pie. Su encantadora sinceridad y sus inmensas dotes comunicativas, no solo conseguía la inmediata adhesión de los corazones, sino que lograba el impacto político que sus denuncias requerían. Así, la pobreza de las favelas de Río como la mortalidad infantil del Nordeste o la violación de los derechos humanos, adquirían en su voz indignada, el carácter de una violenta e inadmisible realidad para quienes confiesan sinceramente su fe en Dios. Llamó a la transformación de las injusticias estructurales, siguiendo los pasos de Gandhi y Luther King, mediante el poder de la no-violencia y la presión moral ejercida por la «violencia de los pacíficos».

 

Acompañó su acción profética con una permanente producción artística e intelectual que la hacía más profunda y desafiante: libros, meditaciones, cartas, discursos, proyectos, entrevistas, mensajes, pronunciamientos, programas de radio, poemas, sinfonías, oraciones… y alentó el deseo, que no llegó a realizar, de crear un circo, para que, en lenguaje simple y alegre, se pudiera convocar a los sectores populares y juveniles.

 

Las siguientes frases, no solo dan una idea del talante profético de Dom Hélder, sino que también preguntan hoy por el carácter profético de nuestra fe cristiana. Interpelación urgente en estos tiempos tan áridos de profetismo y autenticidad.

 

«Sí doy comida a los pobres, me llaman santo, pero si pregunto por qué es pobre, me llaman comunista».
«Sí la política es hacer que los derechos humanos fundamentales sean reconocidos por todos, esta política no es solamente un derecho, sino también un deber para la Iglesia!»

 

Fuente: Revida Vida Pastoral – Sociedad de San Pablo – No. 135 – Julio-Set. 2009 / Págs. 19-18