Ciudad del Vaticano.- El Papa Francisco está seguro de esto y lo repite a todos: de la pandemia salimos mejores o peores. La crisis mundial exige un replanteamiento de los parámetros de la convivencia humana en clave solidaria. Sobre esta idea se basa el «Proyecto Covid – construir un futuro mejor», creado en colaboración por los dicasterios para la Comunicación y para el Desarrollo Humano Integral, que busca ofrecer un camino que desde el final de la pandemia lleve al inicio de una nueva fraternidad.
De un «mal común» como la pandemia se llega al redescubrimiento del «bien común», un valor que contiene los demás, la solidaridad, la ayuda mutua, la necesidad de la comunidad. Son valores que van más allá de la lógica del mercado en un momento «frágil» como nunca antes visto en la historia reciente.
Al tema del renacimiento tras la pandemia, el Papa está dedicando un ciclo específico de catequesis, pero ya el pasado mes de marzo había pedido al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral que creara una comisión de expertos para investigar los desafíos socioeconómicos y culturales del futuro y proponer directrices para abordarlos.
Dos de estos expertos, el economista Luigino Bruni y Marie Dennis de Pax Christi Internacional, expresan sus opiniones sobre la construcción del mundo post-Covid y el papel de la Iglesia y las religiones. El primer objetivo, dicen, es formar una «conciencia fuerte» en los jóvenes para ayudarlos a enfrentar el nuevo escenario.
Usted es miembro de la Comisión vaticana COVID 19, el mecanismo de respuesta a un virus sin precedentes instituido por el Papa Francisco. ¿Qué cree haber aprendido, a nivel personal, de esta experiencia? ¿De qué manera piensa que la sociedad en su conjunto puede inspirarse en el trabajo de la Comisión?
Bruni – Lo más importante que he aprendido de esta experiencia es la importancia del principio de precaución y de los bienes comunes. El principio de precaución, pilar de la Doctrina de la Iglesia, el gran ausente en la fase inicial de la epidemia, nos dice algo extremadamente importante: el principio de precaución se vive obsesivamente a nivel individual (basta pensar en las seguridades que están ocupando el mundo) pero está totalmente ausente a nivel colectivo, lo que hace que las sociedades del siglo XXI sean extremadamente vulnerables. Es por esta razón que los países que habían salvado un poco de welfare state resultaron ser mucho más fuertes que los gestionados enteramente por el mercado. Y luego los bienes comunes: como un mal común nos reveló lo que es el bien común, la pandemia nos mostró que con los bienes comunes hay necesidad de comunidad y no sólo de mercado. La salud, la seguridad, la educación no pueden dejarse al juego de las ganancias.
Dennis – A través de la Comisión del Vaticano Covid-19 , el Papa Francisco ha ofrecido un liderazgo inspirador a nuestro mundo herido. Su atención al impacto de la pandemia en los más vulnerables y marginados de nuestras sociedades ha hecho que el mundo lo vea como el único pastor capaz de alentar y consolar. Al mismo tiempo, el trabajo multidimensional de la Comisión Covid-19 muestra la seriedad de sus intenciones de ir a las raíces de la crisis que estamos atravesando para imaginar un futuro que pueda estar más en armonía con la lectura de Laudato si’.
El Papa Francisco ha pedido a la Comisión COVID 19 que «prepare el futuro» en lugar de «prepararse para él». ¿Cuál es el papel de la Iglesia Católica como institución en este esfuerzo?
Bruni – La Iglesia Católica es una de las pocas (si no la única) institución garante y custodia del bien común global. Al no tener intereses privados, puede perseguir los intereses de todos. Por esta razón hoy es mucho más escuchada, por esta misma razón tiene una responsabilidad que ejercer a escala mundial.
Dennis – La Iglesia Católica tiene una enorme capacidad de reunir a la gente, y la Comisión Covid-19 es un ejemplo entre muchos: en los últimos años, de hecho, el Vaticano ha convocado conferencias y eventos sobre cuestiones mundiales de importancia fundamental como el desarme nuclear, la minería, los migrantes y los refugiados, la seguridad cibernética, la no violencia, la paz justa y más. La Iglesia Católica, capaz de combinar experiencias profundas de diferentes contextos en todo el mundo con investigaciones científicas de alto nivel, análisis socioeconómicos y ambientales y el magisterio social católico, puede ayudar a generar y mejorar las ideas que pueden dar forma a un futuro más justo y sostenible.
¿Qué enseñanzas personales (si las hay) ha aprendido de la experiencia de la pandemia? ¿Cuáles son los cambios concretos – tanto a nivel personal como global – que espera ver después de esta crisis?
Bruni – La primera enseñanza es el valor de los bienes relacionales: al no poder abrazarnos en estos meses, he redescubierto el valor de un abrazo y de un encuentro. La segunda: podemos y debemos hacer muchas reuniones en línea y mucho smart working, pero para decisiones importantes y para las reuniones decisivas la red no es suficiente, necesitamos el cuerpo. Así que el boom de lo virtual nos está haciendo descubrir la importancia de las reuniones en carne y hueso y de la inteligencia de los cuerpos. Espero que no olvidemos las lecciones de estos meses (porque el hombre olvida muy rápidamente), en particular la importancia de la política tal y como la hemos redescubierto en estos meses (como el arte del bien común contra los males comunes), y que no olvidemos la importancia de la cooperación humana y de la solidaridad global.
Dennis – La experiencia de la pandemia me ha ayudado a reconocer la fragilidad de la vida, la centralidad de las relaciones y la importancia de la comunidad. Covid19 pone de manifiesto la profunda injusticia y violencia que hace que demasiadas personas, comunidades y naciones sean mucho más vulnerables que otras. Espero que esta crisis conduzca a un cambio de prioridades a nivel nacional, a una disminución de los gastos en armamento y guerra y a un aumento de las inversiones en la atención sanitaria, la educación y el cuidado de la Tierra. Creo que las semillas de la no violencia han sido sembradas por todos aquellos que de alguna manera están respondiendo solidariamente al sufrimiento causado por Covid-19. Estas semillas, alimentadas y cuidadas con amor, pueden dar lugar a una globalización de la solidaridad arraigada en la no violencia, que promoverá una paz justa y sostenible.
Preparar el mundo post-covid también significa preparar a las generaciones futuras, las que mañana estarán llamadas a decidir, para trazar nuevos caminos. En este sentido, ¿la educación no es sólo un «gasto» que hay que contener, incluso en tiempos de crisis?
Bruni – La educación, especialmente la de los niños y de los jóvenes, es mucho más que un «gasto»… Es la inversión colectiva con la mayor tasa de rendimiento social. Espero que cuando, en los países donde la escuela aún está cerrada, se reabra, se elija un día de fiesta nacional. La democracia comienza en los bancos de la escuela y renace allí en cada generación. El primer patrimonio (patres munus) que pasamos entre generaciones es el educativo.
Dennis – El futuro estará determinado por la calidad, la metodología y el contenido de la educación que ofreceremos a la generación más joven, y por la capacidad de la sociedad para cultivar el inmenso potencial de un niño desde los primeros años de su vida. La gran educadora María Montessori habló de la tarea del educador de nutrir en el niño «el coraje moral», «una conciencia fuerte» y un sentido de su propia dignidad y valor. La salud de las familias y comunidades locales, la solidaridad humana, la paz mundial y la supervivencia del planeta dependerán de muchas maneras de nuestra capacidad y voluntad de invertir en una educación arraigada en el amor, lo que a su vez se traduce en la capacidad de pensar de forma creativa y crítica.
Decenas de millones de chicos y chicas en el mundo no tienen acceso a la educación. ¿Se puede ignorar el artículo 26 de la Declaración de Derechos Humanos que establece el derecho a la educación para todos, gratuita y obligatoria, al menos para la enseñanza primaria?
Bruni – Evidentemente, no debe ignorarse, pero no podemos pedir que el costo de la escuela sea sufragado en su totalidad por los países que no tienen recursos suficientes. Deberíamos iniciar pronto una nueva cooperación internacional bajo el lema: «La escuela para niños y adolescentes es un bien común global», en la que los países con más recursos ayuden a los que tienen menos a hacer efectivo el derecho al estudio gratuito. Esta pandemia nos está mostrando que el mundo es una gran comunidad, debemos transformar este mal común en nuevos bienes comunes globales.
Dennis – No, el artículo 26 no puede ser ignorado. La cuarta formulación de los objetivos de desarrollo sostenible puso claramente de relieve la necesidad de una educación de calidad y la profunda desigualdad de acceso a la educación entre los distintos países y en todo el mundo. Covid-19 ha exacerbado esta desigualdad. Cuando 1.600 millones de niños sufrieron los efectos del cierre de escuelas, quedó claro que la posibilidad de aprender a distancia estaba fuera del alcance de al menos 500 millones de alumnos; por lo tanto, cada vez es más urgente prestar atención al inminente déficit de educación.
Incluso en los países ricos, las partes del presupuesto dedicadas a la educación han sido recortadas, a veces considerablemente. ¿Puede haber un interés en no invertir en las generaciones futuras?
Bruni – Si la lógica económica toma el control, habrá más razonamientos como: «¿Por qué tengo que hacer algo por las generaciones futuras, qué han hecho por mí? Si el «do ut des», el registro mercantil, se convierte en la nueva lógica de las naciones, invertiremos cada vez menos para la escuela, haremos cada vez más deudas que pagarán los niños de hoy. Debemos volvernos generosos, cultivar las virtudes no económicas como la compasión, la mansedumbre y la magnanimidad.
Dennis – Al mismo tiempo, sin embargo, el mundo gastó miles de millones en armas y preparativos para la guerra, robando recursos para que las comunidades fueran saludables, resistentes, bien educadas, capaces de frenar la propagación de la enfermedad y recuperarse más rápidamente de amenazas graves como la pandemia de Covid-19. La seguridad genuina, dentro de la cual la comunidad mundial entera puede prosperar, sólo puede construirse si se basa en una seria preocupación por satisfacer las necesidades humanas básicas, incluida la educación, a nivel mundial. Covid19 ha puesto de relieve profundas injusticias sociales, entre ellas la falta de acceso a la atención de la salud y a la educación de alto nivel. Cambiar la inversión económica del gasto militar a la educación parecería una forma obvia de invertir en un futuro justo, pacífico y sostenible.
La Iglesia Católica está a la vanguardia para ofrecer educación a los más pobres. Incluso en condiciones de gran dificultad económica, porque como vemos en este período de pandemia, los lockdown han tenido un impacto considerable en las escuelas católicas. Pero la Iglesia está allí y acoge a todos, sin distinción de fe, haciéndose espacio de encuentro y de diálogo. ¿Cuán importante es este último aspecto?
Bruni – La Iglesia siempre ha sido una institución del bien común. La parábola de Lucas no nos dice qué fe tenía el hombre medio muerto rescatado por el samaritano. Es precisamente durante las grandes crisis que la Iglesia recupera su vocación de «Mater et magistra», acrecienta la estima de los no cristianos hacia ella, vuelve ese mar que acoge todo para devolver todo a todos, especialmente a los más pobres, porque la Iglesia siempre ha sabido que el indicador de todo bien común es la condición de los más pobres.
Dennis – La contribución de las escuelas católicas a la paz y el bienestar de las comunidades divididas y los países abrumados por la violencia puede ser inmensa. La gran labor educativa que realizan las Hermanas Dominicas en Irak, abriendo la educación a cristianos y musulmanes, es un bello ejemplo. La reunión y el diálogo son muy importantes. Tienen especial mérito aquellas escuelas en las que la integridad absoluta de cada adulto y el respeto por cada estudiante se consideran un modo de vida, y en las que el plan de estudios incluye un profundo análisis de la no violencia como modo de vida y como medio para transformar el conflicto.
La enseñanza de la religión, de las religiones, en un mundo cada vez más tentado por las divisiones, y que fomenta el entretenimiento del miedo y la tensión; ¿qué resultados puede aportar?
Bruni – Depende de cómo se la enseña. La dimensión ética que existe en todas las religiones no es suficiente. La gran enseñanza que las religiones pueden dar hoy en día se refiere a la vida interior y a la espiritualidad porque nuestra generación en el espacio de unas pocas décadas ha dilapidado una herencia milenaria hecha de sabiduría antigua y de piedad popular. Las religiones deben ayudar a los jóvenes y a todos a reescribir una nueva gramática de la vida interior, y si no lo hacen, la depresión se convertirá en la peste del siglo XXI.
Dennis – En Filipinas, los estudiantes católicos del Instituto «Miriam», con la ayuda del Centro de Educación para la Paz y Pax Christi, han establecido una relación a largo plazo con los estudiantes musulmanes de Davao. Han aprendido a conocerse y a entender los valores comunes de sus diferentes tradiciones religiosas, y han hecho amigos. Los estudiantes trabajan juntos para promover soluciones justas para poner fin a años de conflicto en su país. El Centro de Educación para la Paz ha sido fundamental para difundir el interés por la educación para la paz en todo el país.
Fuente: Vatican News