Por: Marcelo Alarcón*.- La pandemia nos puso en lo inimaginable. Trastocó todos nuestros modos de comprender, valorar y construir la vida. Ahora debemos reinterpretarlo todo en contexto de pandemia, dolor y muerte. Propongo tres notas para entender mejor lo que está ocurriendo.
Nota sociológica
Tanto las explicaciones como la forma de interpretar y valorar lo humano entraron en crisis con la pandemia. No teníamos explicaciones para el Covid19 y desconocíamos la velocidad de propagación, sintomatología y formas de contagio. La comunidad científica quedó en jaque; los gobiernos esperaban una información precisa que no llegaba y, mientras algunos tomaron medidas, otros desoyeron las indicaciones con graves consecuencias para sus pueblos. Cuando teníamos todas las respuestas, el Covid19 nos cambió las preguntas, diría Benedetti. Por eso el golpe a los significados ha sido enorme y nos ha recordado nuestra vulnerabilidad e incertidumbre ante la visita de la muerte.
¿Qué ocurrirá ahora? Las opiniones de los intelectuales están divididas. Algunos creen que surgirá una sociedad distante, individualista, gobernada por Estados autoritarios, que controlan a sus ciudadanos remotamente (biopolítica de Byung-Chul Han). Otros auguran relaciones sociales más amables, en armonía con la naturaleza, fin del capitalismo y resurgimiento de un nuevo comunismo (Žižek). Los más prudentes dicen que depende de la elección de cada uno.
Nota antropológica
13 mil muertos en Perú, 12 mil en Chile, 29 mil en España. Frente a la muerte, el filósofo se acaba y cualquier cliché del «mercado del consuelo» suena a mofa, porque nos aproximamos al misterio. Todos sufrimos y el dolor no es pregunta, sino grito, aullido, desgarro.
Todos sufrimos y, por ello, es injusta la sola imputación religiosa del problema del mal como si se resolviera culpando a un dios. Hay que reconocer que somos un problema no resuelto. Con todo, no podemos dejar de preguntarnos «¿por qué?», «¿para qué?». No basta la esperanza como respuesta –»Padre, por qué me has abandonado» (Mc 15,34/Sal 22). Necesitamos comprender (1 Pe 3,15).
Nota teológica
«¿Por qué sufro?», se preguntó George Büchner, y afirmó que el dolor «es la roca del ateísmo» (La muerte de Dantón). No se puede creer en un Dios que permite el sufrimiento de los inocentes, agregó Camus en La peste. Las objeciones a la fe en Dios son enormes y necesitamos sacudirnos de los prejuicios con que el problema del mal ha sido tratado teológicamente. Las respuestas siguen siendo insatisfactorias, aunque, hoy por hoy, estamos ante la pregunta correcta: ¿Por qué sabiendo que, si existe un mundo que es finito y expuesto al mal, Dios lo crea a pesar de todo? Y otra: ¿En qué Dios se basa mi fe y cómo se relaciona con el mundo y la historia?
Para creyentes que sufren, la relación con Dios no se establece sobre lo que podamos decir razonablemente acerca de su existencia, sino sobre su invocación; a Dios dirigen su clamor. Por eso el intento de la teodicea puede ser una mofa amarga sobre el sufrimiento anónimo de la humanidad, si no considera su condición inefable, existencial y frágil.
Recordar algunas fragilidades en la Escritura puede arrojar luces acerca de dónde radica el poder y cómo se manifiesta en el mundo. Frágil es Sara que en su vejez concibe a Isaac; frágil es José, el niño vendido que salva a su pueblo; frágil es Moisés que responde a Yahveh cuando es asesino, prófugo, sin tierra, sin patria; frágil es David elegido entre los últimos; frágiles fueron todos los profetas que se excusaron de no saber hablar; frágil es María, porque en su virginidad Dios hizo fecundo lo infecundo; frágil es Jesús que no puede (Mc 6,5), tiene hambre (Mc 11,12), llora (Jn 11,35), sufre (Lc 22,44), muere; frágiles son todos los llamados (1Cor 1,26). La vulnerabilidad bíblica puede ser una clave para responder a las preguntas: ¿Dónde radica el poder de Dios?, ¿qué tipo de poder es? ¿cómo se manifiesta?
William Butler Yeats lo expresó así en este poema:
Si tuviese yo las telas bordadas del cielo, recamadas con luz dorada y plateada, las telas azules y las tenues y las oscuras de la noche y la luz y la media luz, extendería las telas bajo tus pies. Pero, siendo pobre,
sólo tengo mis sueños. He extendido mis sueños bajo tus pies; pisa suavemente, pues pisas mis sueños.
Cada día los muertos, sus familiares y amigos extienden bajo nuestros pies su sufrimiento y debemos pisar suavemente.
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* Licenciado en Filosofía y Bachiller en Teología, Universidad Católica de Chile.
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