José Manuyama Ahuite*.- Cuando el Papa Francisco emitió «Laudato Si» nosotros, desde el Comité de Defensa del Agua, que agrupa a un conjunto de ciudadanos de distintos orígenes, ya habíamos reaccionado ante la amenaza de convertir al río Nanay en otro magnicidio petrolero de la selva, y desde ese tiempo hemos denunciado flagrantes afrentas contra el ambiente y los pueblos amazónicos. Por ello, cuando el mismo Papa convocó consecuentemente al «Sínodo Panamazónico» para octubre del presente año, nos sentimos «co-laborados» desde lo religioso, en esa lucha desigual contra poderes depredadores como la industria petrolera, minera, agroindustrial y maderera que ponen en jaque la existencia de la selva continental y la vida en el mundo entero.
Si el Papa no lograra convocar a la feligresía católica a articular fe y ecología, espiritualidad y defensa de la biosfera, y si a la par las organizaciones ambientales tampoco lograran la respuesta civil necesaria para defender el equilibrio planetario, entonces los pronósticos más adversos como superar los 2 grados de calor superior a los niveles preindustriales; dentro de poco, como nos advierten los científicos climáticos, habrá que cerrar el telón y despedirnos lentamente.
Desde el lado religioso el «encuentro sinodal» es una gran oportunidad para revitalizar la Iglesia Católica hoy debilitada, de buscar coherencia en la defensa de la creación. La conversión ecológica que plantea el Papa le da una nueva misión evangélica a la cristiandad: salvando a la vida te salvas a ti mismo.
Sin embargo, no se puede rescatar a la Amazonía sin abandonar el estilo consumista de las ciudades y de su industria tóxica que requiere de combustible fósil y de acabar con los bosques para la agroindustria de comida chatarra. Una iglesia cansada y materialista tampoco ayudará.
Si queremos salvar la Amazonía se debe transitar, lo más rápido posible, hacia el cierre de pozos petroleros en el Perú y en el mundo. De igual forma, se deben cancelar todos los proyectos que destruyen y amenazan destruir los pocos bosques vírgenes que restan. En Loreto un valiente y cabal juez, después de 6 años de perpetrado el hecho, acaba de sentenciar a «Cacao-Tamshi» por deforestar sin certificación ambiental, sin estudios de cambio de uso de suelo, alrededor de 2 mil hectáreas de bosques primarios afectando la subsistencia a la población de Tamshiyacu por lo menos por 156 millones de soles. Una tala rasa brutal tan grande como la ciudad de Iquitos que aniquiló – «quemó» – la vida de innumerables especies de fauna, de flora, de servicios ambientales para establecer un monocultivo. El modelo traído por Dennis Melka de Indonesia y Malasia donde se destruyeron el 80 % de sus bosques amparado por gobiernos corruptos, fue sancionado por la justicia peruana. El problema dista mucho de acabar y requiere la unión de más peruanos para que los responsables sean penalizados ejemplarmente.
El bosque es garantía de salud, provecho y felicidad para los peruanos, como lo fue para nuestros ancestros originarios por miles de años. Es momento de unión por el rescate de la cordura. Es posible dar vida a un modelo ciudadano y religioso compatible con la salud, la alegría, el equilibrio natural extensible a todo el orbe. La burbuja de la modernidad capitalista se ha reventado. Su ser depredador ha sido revelado. Y, en los ecos del pasado andino y selvático están las bases de un nuevo despertar de la humanidad.
* Defensor ambiental y miembro del Comité de Defensa del Agua en Loreto.
Redacción: La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.