Leonardo Boff*.- En momentos de crisis asoman cuatro sombras que estigmatizan nuestra historia cuyos efectos perduran hasta el día de hoy.
La primera sombra es nuestro pasado colonial. Todo proceso colonialista es violento. Implica invadir tierras, someter a los pueblos, los obliga a hablar la lengua del invasor, asumir las formas políticas del otro, someterse totalmente a él. La consecuencia en el inconsciente colectivo del pueblo dominado: bajar siempre la cabeza y pensar que solamente lo que es extranjero es bueno.
La segunda sombra fue el genocidio indígena. Eran más de 4 millones. Las masacres de Mem de Sá el 31 de mayo de 1580 que liquidó a los Tupiniquim de la Capitanía de Ilhéus y peor aún, la guerra declarada oficialmente por D. João VI el 13 de mayo de 1808 que diezmó a los Botocudos (Krenak) en el valle del Rio Doce, mancharán para siempre la memoria nacional. Consecuencia: tenemos dificultad para convivir con el diferente, entendiéndolo como desigual. El indio todavía no es considerado plenamente «persona humana», por eso se apoderan de sus tierras, muchos son asesinados y para no morir, se suicidan. Hay una tradición de intolerancia y de negación del otro.
La tercera sombra, la más nefasta de todas, fue la esclavitud. Entre 4 y 5 millones fueron traídos de África como «piezas» a ser negociadas en el mercado para servir en los ingenios o en las ciudades como esclavos. Les negamos humanidad y sus lamentos bajo el látigo llegan todavía hoy al cielo. Se creó la institución de la Casa Grande y la Senzala. Gilberto Freyre dejó claro que no se trata solo de una formación social patriarcal, sino de una estructura mental que penetró en los comportamientos de las clases señoriales y después dominantes.
Consecuencia: no necesitamos respetar al otro; él está ahí para servirnos. Si le pagamos un salario es caridad y no derecho. Predominó el autoritarismo; el privilegio sustituyó al derecho y se creó un estado para servir a los intereses de los poderosos y no al bien de todos, y una complicada burocracia que aleja al pueblo.
Raymundo Faoro (Los dueños del poder) y el historiador y académico José Honório Rodrigues (Conciliación y reforma en Brasil) nos han narrado la violencia con la que el pueblo fue tratado para establecer el estado nacional, fruto de la conciliación entre las clases opulentas, excluyendo siempre al pueblo intencionalmente. Así surgió una nación profundamente dividida entre pocos ricos y grandes mayorías pobres, uno de los países más desiguales del mundo, lo que significa un país violento y lleno de injusticias sociales.
Una sociedad montada sobre la injusticia social nunca creará una cohesión interna que le permita un salto hacia formas más civilizadas de convivencia. Aquí imperó siempre un capitalismo salvaje que nunca consiguió ser civilizado. Pero tras muchas dificultades y derrotas, se logró un avance: la irrupción de todo tipo de movimientos sociales que se articularon entre sí. Nació una fuerza social poderosa que desembocó en una fuerza político-partidista. El Partido de los Trabajadores y otros similares nacieron de este esfuerzo titánico, siempre vigilados, satanizados, perseguidos y algunos presos y muertos.
La coalición de partidos hegemonizados por el PT consiguió llegar al poder central. Se hizo lo que nunca se había pensado ni hecho antes: dar centralidad al pobre y al marginado. En función de ellos se organizaron, como cuñas en el sistema dominante, políticas sociales que permitieron a millones de personas salir de la miseria y tener los beneficios mínimos de ciudadanía y dignidad.
Pero una cuarta sombra obnubila una realidad que parecía tan promisoria: la corrupción. Corrupción ha habido siempre entre nosotros en todas las esferas. Negarlo seria hipocresía. Basta recordar los discursos contundentes y memorables de Ruy Barbosa en el Parlamento. Sectores importantes del PT se dejaron morder por la mosca azul del poder y se corrompieron. Eso nunca debería haber sucedido, dados los propósitos iniciales del partido. Deben ser juzgados y castigados.
La justicia se enfocó casi solo en ellos y se mostró muchas veces parcial y con clara voluntad persecutoria. Las escuchas ilegales, permitidas por el juez Sérgio Moro, proporcionaron munición a la prensa opositora y a los grupos que dominaron siempre la escena política y que ahora quieren volver al poder con un proyecto viejista, neoliberal e insensible a la injusticia social. Estos han conseguido movilizar multitudes pidiendo la destitución de la Presidenta Dilma, aunque sin suficiente fundamento legal, como afirman notables juristas. Pero el PT respondió a la altura.
Estas cuatro sombras recubren nuestra realidad social y dificultan una síntesis integradora. Pesan enormemente y salen a la superficie en tiempos de crisis como ahora, manifestándose como odio, rabia, intolerancia y violencia simbólica y real contra los opositores. Tenemos que integrar esa sombra, como diría C.G.Jung, para que la dimensión de luz pueda predominar y liberar nuestro camino de obstáculos. No hay que recalcar la dimensión de sombra. Pertenece a nuestra realidad oscura. Lo que podemos si, es integrarla en una sintesis superior que supere la fuerza de lo Negativo en la história y dé lugar más amplio a la luz.
Nunca estuve afiliado al PT. Pero a pesar de sus errores, la causa que defiende será siempre válida: hacer una política integradora de los excluidos y humanizar nuestras relaciones sociales para que nuestra sociedad sea menos malvada.
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* Leonardo Boff, Teólogo, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño. A partir de los años 80 comenzó a profundizar sobre la cuestión ecológica. Participó en la redacción de la Carta de la Tierra con M. Gorbachev, S. Rockefller y otros. Autor de varios libros y galardonado con varios premios.
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