José María Rojo (*)
Fue “El Papa Bueno”, Juan XXIII, quien en tiempos modernos –vísperas del Concilio Vaticano II– nos lo dijo de forma clara y contundente en un radiomensaje: “Para los países subdesarrollados la Iglesia se presenta como es y cómo quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres” (9 de septiembre de 1962).
Y fue muy especialmente en América Latina donde sectores de la Iglesia Católica, se tomaron eso muy en serio y acuñaron la expresión “Opción por los Pobres”, como uno de los rasgos esenciales de su compromiso cristiano. Durante mucho tiempo estos sectores fueron calumniados y perseguidos, incluso desde dentro de la Iglesia, tachándoselos de comunistas y hasta de terroristas por defender esa opción.
Fue en 2007, en su discurso de apertura de la Conferencia de Aparecida, en Brasil, cuando el papa Benedicto XVI, ante los representantes de todos los obispos de nuestro continente declaró: la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).
A partir de ahí, en la Iglesia entera, se acepta y asume que la opción por los pobres no brota de las mentes o la fiebre de teólogos o de grupos cristianos radicalizados, sino que brota del más puro y simple evangelio. Muchos, a partir de ahí, han reconocido cómo en toda la Biblia un eje esencial es el aceptar que Dios es, especialmente, el » G’oel, el Dios defensor del pobre”, el Dios que María proclama en el Magnificat (Lc 1,46 ss), el Dios de su hijo Jesús, que nos manda seguir el ejemplo del Buen Samaritano (Lc, 10, 37) y nos deja como criterio de salvación la actitud que hayamos tenido ante ÉL cuando estaba necesitado (Mt 25, 31ss).
Hay en el evangelio una parábola que nos descuadra, nos descoloca y que refleja muy de lleno el Dios que Jesús nos revela. Es la parábola del pobre Lázaro y el rico (Lc 16, 19ss). El final es contundente y nos viene a decir que el pobre se salva por haber sido pobre, no “buen pobre” (de hecho, ni se nos dice si era humilde o lisuriento, paciente o gritón) y el rico se condena por haber sido rico, no “rico malo” (no se nos dice si cumplía o no los mandamientos, si daba o no limosnas en el templo), sólo que fue rico y no miró para el pobre.
Por supuesto, que la opción por los pobres los cristianos tenemos que concretarla cada día, a nivel individual (cada uno y en cada circunstancia concreta) y comunitariamente (como comunidad, como Iglesia y ante el pueblo pobre que lo espera y exige). Si queremos ser cristianos, creyentes y seguidores del Señor Jesús, si queremos que nuestra iglesia sea la Iglesia de Jesucristo, no podemos mirar para otro lado, desconocer a los pobres de nuestro país en su conjunto.
Por eso pienso que, como cristianos de la iglesia del Perú, no podemos cerrar los ojos y no ver lo que está pasando desde el día 6 de junio para acá. El nuevo mapa poselectoral es contundente: básicamente todo el Perú pobre (sierra y selva), de un color. Ese Perú ha dicho una palabra leída por todos los peruanos y representantes extranjeros. Y se lo ha dicho al otro Perú, al llamado “desarrollado o más moderno” de Lima y toda la costa desde Ica para arriba.
No podemos seguir dando vueltas y más vueltas diciendo que “esos pobres son malos” (no pongo los calificativos que se les ha colgado). Son nuestros pobres, los que entre todos los peruanos hemos hecho en estos dos siglos de independencia y, si queremos celebrar dignamente el bicentenario, tendremos que –democráticamente– aceptar su palabra y dejarnos salvar por ellos ¡Eso es ser demócratas y cristianos!
Y siento, de verdad, que “nuestra Iglesia oficial”, no ha sido capaz de dejarse cuestionar por el evangelio y decir una palabra clara ante los hechos tan vergonzosos que nos está tocando vivir. Soy cristiano, acepto que pensemos distinto y que actuemos distinto. Pero quiero ser seguidor del Señor Jesús y deseo, muy en lo profundo, que todos los que nos llamemos cristianos seamos consecuentes con el Evangelio.
Y, por supuesto, que todos los peruanos asumamos el ser demócratas de verdad y logremos estar a la altura de las circunstancias. Tal vez sea mucho pedir que, una vez aceptado al presidente ganador y su gobierno, todos lo apoyemos críticamente, pues su fracaso sería un fracaso del Perú, un fracaso de todos.
* Miembro del Observatorio Socio Eclesial “Signos de los Tiempos”, socio de SIGNIS Perú.
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.