María Rosa Lorbés*
Los que se presentan como conocedores o “estudiosos” del comportamiento humano están siempre intentando encontrar una explicación a las respuestas que los peruanos damos ante los avatares imprevistos a los que nos enfrentamos. De esa manera, dicen, se va mostrando nuestra idiosincrasia; que, para muchos, es algo así como un credo: a los peruanos no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer, nos gusta salirnos de la norma; no valoramos suficientemente nuestra salud y la de nuestros hijos. Y todo ello se encuadra en una óptica, pretendidamente ética, de lo malo frente a lo bueno. Lo peor es que, cuando se trata de hechos o situaciones concretas, los comentarios que circulan en los corrillos de la esquina o de los medios de comunicación son juicios de cliché, juicios de una ligereza tal que impiden analizar a fondo lo sucedido y evaluar cómo evitarlo una próxima vez.
Las ocasiones son muy conocidas: por ejemplo en los accidentes de tráfico los culpables son siempre los fallecidos. Su culpa fue la de abordar tales vehículos, sin preguntarse si cuando uno viaja por estas carreteras nuestras existe posibilidad de elección para quien carece de recursos. Los buses recién chequeados antes de salir y con dos o tres choferes sobrios y descansados que se turnan, no existen en nuestro país. Tampoco existen en el Perú carreteras con el debido mantenimiento; ni una policía de tránsito presente en los lugares de mayor riesgo, con agentes atentos e incorruptibles para asegurarse de que los automóviles que transitan nuestras vías, reúnen las condiciones requeridas para que ninguna vida humana corra peligro. Lo llamativo es que siempre se considera culpables a las víctimas, a la gente humilde que se ve obligada a viajar de cualquier manera. Estos accidentes se repiten. Y corroboran, como se ha dicho tantas veces, que la vida en el Perú no vale nada. ¿Y las empresas del ramo, la policía, el ministerio de Transportes? Pues, bien, gracias. Hasta la próxima vez.
En plena pandemia, los medios no dejan de satanizar a los ciudadanos por asumir posturas de riesgo como reuniones familiares, acumulación en lugares públicos, fiestas, etc. Todo lo anterior, que el Perú, desde una perspectiva discriminadora, se atribuye a la “ignorancia” de la gente pobre, ocurre en todo el planeta, también países desarrollados, en sectores medios y acomodados. También en este punto, en un análisis más profundo, cabría preguntarse por la responsabilidad política más amplia que compete al Estado por carecer de una estrategia política de comunicación que, en medio de la pandemia, apele a la inteligencia, a la persuasión y a la razonabilidad de los peruanos antes que a las amenazas y las prohibiciones. Una política que sea consciente también del hambre, la pobreza y el hacinamiento en que viven muchos ciudadanos, sin ser culpables de ello.
Otros casos que nos alarman y nos desgarran son los de los niños que mueren en sus casas de noche en un incendio provocado por las velas, mientras sus padres habían salido a trabajar. No puede haber nada más doloroso para una madre que saber que sus hijos han muerto así. Se siente culpable. Y la opinión pública la acusa sin piedad: ¿no quiere a sus hijos? ¿a qué habrá salido? Nadie se pregunta por qué esa mujer se ve obligada salir de noche a trabajar y por qué no tiene energía eléctrica en su casa. Una vez más nadie se pregunta quiénes son, detrás, los verdaderos culpables causantes de que este drama humano se haya producido.
Sobre lo ocurrido hace casi medio año en la discoteca Restobar de Los Olivos, en la que fallecieron 13 personas pisoteadas y asfixiadas cuando se produjo una intervención policial, se han escrito muchos titulares, fotos y artículos. Lo que se deduce de la mayoría de ellos es que esas personas murieron por salir a bailar un sábado en la noche. Una vez más las víctimas –solo ellas– son las culpables. Lo anterior no solo es una afirmación simplista e injusta sino que además facilita que los principales culpables queden en la oscuridad y pasen piola.
El análisis político, en cuanto a responsabilidades es triple. En primer lugar el dueño de la discoteca, que sabía que debía mantener su local cerrado y que, en el interés de conseguir algún ingreso, lo abrió al público sin pensar en las medidas de seguridad apropiadas, como ingreso y salidas de emergencia amplias, para evitar que aquello no fuera una trampa mortal como lo fue. El segundo de los culpables de esas muertes es el poder político local; el alcalde distrital que no se tomó en serio la vigilancia de los locales nocturnos en plena pandemia.
Y, tercero, una responsabilidad muy grande en estas muertes de Los Olivos les cabe a los policías que participaron en la intervención y olvidaron que su primer objetivo siempre, es defender la vida de los ciudadanos; esa es su misión, para eso existen y para eso les pagamos: para cuidar la vida. Por el contrario, pareciera que planificaron su intervención como si se tratara de enfrentarse a avezados delincuentes armados. Ulteriormente hemos sabido que en plena intervención cerraron una de las puertas del local y que falsearon pruebas y videos para ocultar lo ocurrido allí. Ellos son los principales culpables de que se perdieran 13 vidas. Deben ser juzgados por ello.
Todo lo anterior no significa justificar la decisión de quienes se suben a un bus en mal estado, de quienes dejan solos a los bebes al salir a trabajar, o de quienes piensan que ir a la discoteca en tiempo pandemia puede ser lo mejor para su salud. NO. Solo quiero llamar la atención acerca de lo fácil que es morir en el Perú siendo pobre, y cómo justificamos rápidamente esas muertes señalando como culpables a las víctimas, sin exigir nunca explicaciones a los principales responsables políticos de las mismas. Ellos son los primeros y principales culpables y los llamados a poner todos los medios para que ninguna de esas muertes se vuelva a repetir.
* Comunicadora y directora del Observatorio IFES, socia de SIGNIS Perú
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