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23 diciembre 2014

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Navidad del Señor

Navidad del Señor

Comentario al Evangelio que se proclama en la festividad solemne de la Navidad, el 25 de diciembre.  La lectura es tomada del Evangelio según San Lucas 2,1-14.

 

 

Navidad del Señor

 

Por aquello días se promulgó un edicto de César Augusto.

 

Cuando leemos los libros de la historia del Mediterráneo, decimos que, con César Augusto, estamos en el centro del tiempo, del espacio y, por lo miso, del mundo y de la historia. Desde aquí vale mirar al acontecimiento de la Navidad, corazón, alma y vida de la historia humana. No se trata de un hecho a lado de otros hechos, sino del que marca una nueva historia.

 

Que ordenaba un censo de todo el imperio.

 

En la historia hay siempre «jefes que ordenan» y pueblos que obedecen.

 

Todos iban a empadronarse.

 

Es la totalidad del mundo incapaz de caminar hacia la liberación y siempre esclava de la historia de poder. Hay que «contar» para saber con cuanto se cuenta en recursos y en poder: estos son los ejes de la estructura de los pueblos, incapaces de mirar a la gente para quedarse solo con los números.

 

Así es que José.

 

Para el evangelio, la persona es el valor más grande: el hombre es el camino propio de la Iglesia para llegar a Dios. José también es parte de la historia, de la de César Augusto y del mundo.

 

Se dirigió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea.

 

La opción de Dios tiene nombres y lugares concretos: Galilea, Nazaret, son lugares a-fuera de los centros que cuentan, de los que toman las decisiones y que marcan el rumbo de la historia.

 

Juntamente con María, su esposa, que estaba encinta.

 

En este acontecimiento, de la gente y de los lugares casi desconocidos, se gesta un misterio de vida que cambiará el mundo.

 

Le llegó a María el tiempo de dar a luz.

 

«Llegó el tiempo», lugar teológico de la intervención y de la acción divina: siempre y todo está bajo la mirada y la conducción divina. La historia no es solo lugar de la acción del mal, sino espacio para descubrir y leer la intervención del Padre.

 

Y tuvo a su hijo primogénito.

 

La promesa ya es realidad. La historia, por fin, tiene en su propio corazón la victoria de la gracia, de la vida.

 

Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre.

 

Lágrimas y sonrisas son la verdad de la vida. El que ha nacido tiene todo lo humano, necesita de abrazos y de besos, de pañales y de calor.

 

Porque no hubo lugar para ellos en la posada.

 

¡Como es difícil aceptar que Dios entre en la propia vida! La historia humana ha sido construida sobre la exclusión y Dios es de los excluidos.